Paulina: la Heidi de Ana María Matute

Paulina sola

Portada «Paulina» ed. DESTINO

¿Cómo no habré conocido antes a Paulina? ¿En qué estaría yo pensando?

Paulina es la nieve que ves caer tras el cristal junto al brasero, las historias con sabor a pan y avellanas de tu abuela, la ilusión infantil al montar el belén; pero también es el descubrimiento de un mundo injusto, cruel, donde el frío mata y el tiempo pasa tan rápido que, de pronto, los niños desaparecen y con ellos las risas, los juegos, el alboroto de otro tiempo.

Paulina es alegría toda ella, pero también es tristeza, una tristeza honda que encuentra, de repente, en lo que no acaba de entender pero intuye que no es bueno. Y eso es lo que la convierte en un personaje que remueve las tripas.

Paulina, una niña que cuando escribe tiene apenas doce años, me ha hecho llorar como hacía mucho que no lo conseguía ningún libro.

Ella no es solo protagonista, también es la voz narrativa y en el primer capítulo nos cuenta que escribe porque sabe que:

«Dentro de muy poco tiempo, o quizá ya, en este momento, no seré nunca más una niña».

Dejar la infancia significa cambiar, algo que le preocupa porque todos los niños que hubo antes en la casa de sus abuelos crecieron, cambiaron, se marcharon y nunca volvieron, ni siquiera de visita.


Montañas nevadas

La historia está ambientada en un pueblo de montaña del norte de España en invierno, donde todos esperan con ansia la llegada de la primavera.

Paulina llega a las montañas con diez años y un recuerdo vago de la casa de sus abuelos, que abandonó con cuatro. Es huérfana y cuando tuvo edad de estudiar la mandaron a la ciudad con Susana, una prima de su padre que será su particular «Señorita Rottenmeier».

Debido a una enfermedad, le han cortado el pelo al rape y le han recomendado el aire de las montañas, por lo que emprende el viaje acompañada por Susana, con la maleta llena de ilusiones que su cuidadora ensombrece a cada instante; pero sabe que esa sombra desaparecerá, que Susana volverá a la ciudad, y eso hace la aventura todavía más apetecible.

«Susana era para mí como una pared. No entendía nada de lo que yo le decía, no comprendía nada de lo que a mí me gustaba, ni se hacía cargo de cuando yo no podía hacer lo que ella quería. Susana no tenía ni oídos ni ojos, nada más que para oír y ver lo malo».


En las montañas Paulina no irá al colegio pero aprenderá cuatro lecciones importantes que no habría encontrado de otro modo.

  1. Comprenderá que poco importa su aspecto físico, que tanto le preocupa al principio, cuando hay niños que no pueden ver, ni estudiar, ni tienen juguetes, ni libros.

    «Bien cierto es que yo le había enseñado a leer. Pero bien poca cosa era, comparándolo con lo que Nin me había enseñado a mí: que ser fea y desmedradilla no era una gran desgracia, que había niños y niñas muy desgraciados en el mundo, y otros que, sin serlo, vivían desde muy temprano como hombres y mujeres, llenos de trabajo y responsabilidades». 

  2. Tomará conciencia de su situación privilegiada gracias a la relación que teje con los criados y aparceros de sus abuelos.

    «Yo no quiero que pasen estas cosas. Yo no quiero que haya pobres y ricos».

  3. Sentirá por primera vez la satisfacción de ser útil y capaz de hacer algo con sentido y valor.

    «Sentí una cosa que no había sentido hasta entonces: que yo era útil, que yo podía ayudar a alguien y servir para algo. Todo lo contrario de lo que siempre me estaba diciendo Susana, de que yo era un estorbo y un dolor de cabeza para todo el mundo, cosa que me ponía triste».

  4. Aprenderá que la tierra todo se lo lleva y todo lo da, y debe ser para el que la trabaja.

    «Es triste eso: la tierra que todo se lo lleva. Ellos quieren a la tierra, pero, por lo visto, la tierra les hace mucho daño. Siempre están de cara a ella y se hacen viejos luchando con ella».


A Paulina la envían a las montañas para que se recupere y crezca. Allí, no solo ganará altura:

«De mí, la niñez estaba ya lejos. O, por lo menos, alejándose. Sí, en las montañas también se crece más pronto. Bien lo entendí yo en aquel tiempo.

Y, quizá, el descubrimiento más importante sea su amor por la tierra, de la que nunca se alejará como hicieron sus padres, sus tíos y tantos otros que buscaron la felicidad lejos de aquellas montañas que no amaban y a las que nunca regresaron.

«Yo amo la tierra, y sé muy bien, muy bien, que no cambiaré nunca, aunque pase el tiempo. Porque yo soy de las montañas».


Ana María Matute
Ana María Matute. Foto: José Aymá.

Ana María Matute sabía mejor que nadie crear personajes infantiles, la disfruto, una vez más, en esta historia cargada de momentos realistas narrados con pura magia.


 

6 comentarios en “Paulina: la Heidi de Ana María Matute

Deja un comentario